Aunque la inflación en Estados Unidos ronda el 3 porciento, un nivel similar al de España, la mayoría de la población enfrenta una realidad en la que les resulta imposible costear vivienda, alimentos básicos o gasolina, en un país altamente dependiente del automóvil.

Trump supo captar ese clima de frustración, logrando una holgada victoria frente a Kamala Harris al dirigir su mensaje hacia los trabajadores empobrecidos. Su discurso combinó una agenda ultra anti woke, como él mismo la define, con un relato que apelaba a quienes se consideran víctimas de la transición energética en un país con escasa red de protección social.

Sin embargo, un año después de aquel triunfo electoral, la inflación ha tomado fuerza, impulsada en parte por sus políticas de guerra comercial unilateral. Los precios de la vivienda siguen disparados en muchas ciudades, mientras que el mercado laboral comienza a mostrar signos de debilitamiento.

A esto se suma la falta de datos oficiales recientes debido al cierre del gobierno que paralizó al país entre octubre y mediados de noviembre. Este vacío de soluciones durante el último año resultó un factor determinante para las recientes victorias demócratas en la alcaldía de Nueva York y los estados de Virginia y Nueva Jersey, donde se logró movilizar el descontento ciudadano bajo la bandera del affordability.

“La inflación está creciendo con rapidez porque los aranceles son intrínsecamente inflacionarios,” señala Federico Steinberg, catedrático en la Universidad de Georgetown. “La situación era tan crítica que Trump se vio obligado a reducir aranceles en productos como café, aguacates, plátanos y carne, ya que el panorama económico comenzaba a volverse alarmante.”