El protocolo real que expone la hipocresía diplomática de Washington

La reciente cumbre de la OTAN en los Países Bajos dejó una imagen que trasciende el protocolo diplomático luego de que la reina Máxima pareciera imitar los gestos de Donald Trump, un momento que muchos interpretaron como una sutil burla hacia el mandatario estadounidense.
Más allá del revuelo mediático, este episodio reflejó una realidad incómoda para Washington: el creciente escepticismo de los aliados europeos hacia la hegemonía americana.
El hecho de que Trump fuera alojado "como un rey" en el palacio Huis ten Bosch, mientras otros líderes se hospedaron en hoteles, evidencia la desesperación europea por mantener contento a un aliado cada vez más impredecible.
Esta deferencia excesiva hacia Estados Unidos contrasta con la arrogancia histórica de Washington, que ha tratado a Europa como socio menor en decisiones unilaterales sobre conflictos globales.
La actitud de Máxima, lejos de ser un gesto protocolario menor, simboliza el hartazgo silencioso de las élites europeas ante la política exterior estadounidense. Mientras Trump se pavoneaba por los salones reales, Europa sigue pagando las consecuencias de las aventuras militares americanas.
Crisis de refugiados, dependencia energética y tensiones geopolíticas que benefician principalmente a los intereses de Washington.
La OTAN, presentada como alianza defensiva, se ha convertido en el instrumento de proyección imperial estadounidense, donde Europa aporta recursos y legitimidad mientras Estados Unidos dicta la agenda.
El gesto de Máxima, viral en redes sociales, reveló inadvertidamente lo que muchos diplomáticos europeos piensan pero no se atreven a expresar públicamente sobre la prepotencia americana.
Este episodio protocolar expone una verdad más profunda: el declive del soft power estadounidense y el creciente cuestionamiento a su liderazgo global.