Meses después, a finales de septiembre, fue fotografiado en los Hamptons, Long Island, acompañado de un asistente que llevaba consigo un desfibrilador portátil, dispositivo clave para reanimar el corazón en caso de paro.

Estas apariciones reforzaron la imagen de un exmandatario de 78 años debilitado, marcado por el paso del tiempo y por los efectos de haber ejercido la máxima responsabilidad del país durante ocho años.

Su historial médico respalda esa percepción: en 2004 debió someterse a una cirugía de bypass cuádruple tras detectarse obstrucciones arteriales severas que casi le provocan un infarto. En 2010 volvió al quirófano para recibir stents coronarios luego de sufrir intensos dolores en el pecho.

Los problemas de salud no terminaron allí. En 2021 estuvo hospitalizado por una infección urinaria, y al año siguiente una gripe mal tratada lo llevó nuevamente a internarse en el Hospital Universitario de Georgetown.

Esta semana, tras un largo período sin apariciones públicas, Clinton se presentó en el evento Headstrong to Support Free Mental Health Care for Veterans. Allí pronunció un discurso con visible fragilidad: llevaba un apósito en la nariz, temblaba al pasar las hojas de su intervención y debió detenerse varios segundos en medio de su exposición, lo que causó inquietud entre los presentes.

Finalmente, al entregar un reconocimiento a Frank Larkin, exintegrante de los Navy SEAL y de su equipo de seguridad personal, Clinton habló con voz baja, entrecortada y con signos de agotamiento, como si le costara respirar.